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Ictus

En ninguna otra dolencia es tan importante el tiempo de reacción como cuando hablamos de un ictus. Conocido popularmente como “ataque”, esta descripción apenas toca la superficie de su peligrosidad. Esto hace que sea imprescindible conocer todo lo posible sobre este terrible padecimiento, ya que puede ser la diferencia entre sobrellevarlo de forma satisfactoria o ser víctima de él con terribles consecuencias.

¿Qué es un Ictus?

El ictus es una afección médica, específicamente una enfermedad cerebrovascular, relacionada con un flujo sanguíneo deficiente, lo cual ocasiona muerte celular. Se les conocen también como accidentes cerebrovasculares, trombosis, embolia e infarto cerebral.

Un ictus puede ocurrir por una disminución o interrupción en el flujo sanguíneo -ictus isquémico- o por una hemorragia ocasionada por la ruptura de un vaso cerebral -ictus hemorrágico.

En el primer caso, usualmente se habla de una trombosis o embolia, mientras que en el segundo, hablamos de un derrame. Cuando ocurre una disminución del flujo sanguíneo simultáneamente con una hemorragia, hablamos de una apoplejía.

En algunos países, los ictus son la segunda causa de demencia entre la población adulta, solo por detrás del Alzheimer y la principal causa de discapacidad permanente en dicha población.

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Sin embargo, también existen perspectivas alentadoras. Por ejemplo, pueden prevenirse y en los casos en que el ataque se atienda de manera inmediata, la posibilidad de recuperación es mucho mayor. Además, existen diversos exámenes neurológicos que permiten diagnosticar su presencia a tiempo, por lo que pueden ser de gran ayuda ante cualquier posible sospecha.

¿Cuáles son las causas de un Ictus?

Dependiendo del tipo de ictus al que hagamos referencia, sus causas pueden variar. Sin embargo, todas están relacionadas con problemas de flujo sanguíneo en el cerebro. Lo que marca la diferencia es la forma que dicho problema adopta. En el caso de un ictus isquémico, sus causas más frecuentes son:

  • Trastornos cardíacos: arritmias, dilatación de cavidades, alteraciones en las válvulas, etc.
  • Rotura de la pared de una arteria.
  • Trombosis venosa cerebral.

Entre las causas de un ictus hemorrágico, están las siguientes:

  • Hipertensión arterial.
  • Procesos degenerativos arteriales.
  • Hemorragias, producto de malformaciones vasculares cerebrales.
  • Aneurismas cerebrales.

El ictus suele ser el resultado de unos hábitos de vida poco saludables. Entre los factores de riesgo encontramos el consumo de tabaco y drogas, el exceso de alcohol, la obesidad y una vida sedentaria.

La edad también uno de estos factores, ya que la población de riesgo son los mayores de 60 años. También influye el sexo de la persona: los ictus suelen producirse más entre hombres que entre mujeres, pero las mujeres tienen una tasa de mortalidad superior a los hombres por esta enfermedad.

¿Cuáles son los síntomas de un Ictus?

Debido a que es una enfermedad que actúa rápido y de forma repentina, muchas veces tardamos en darnos cuenta de que estamos ante un ataque. Por otra parte, la mayoría de los ictus no causan dolor, y esto hace aún más difícil reconocer la gravedad del padecimiento a tiempo.

Los síntomas de un ictus dependen más de la zona del cerebro que está sufriendo la alteración en el flujo sanguíneo, que en las causas de dicha alteración. Entre los síntomas más frecuentes de un ictus, encontramos:

  • Pérdida repentina de fuerza en algún lado del cuerpo: cara, brazo o pierna.
  • Dificultad para hablar, comprender el lenguaje o expresarse.
  • Hormigueo en cara, brazos y/o pierna, de un lado del cuerpo.
  • Imposibilidad para caminar o mantener el equilibrio, acompañado de una sensación de inestabilidad.
  • Alteraciones visuales: pérdida de la visión en uno o dos ojos, visión doble, etc.
  • Dolor de cabeza brusco y muy intenso.

Existe la posibilidad de que una persona no esté consciente de que está sufriendo un ictus, por lo que podría ser otra persona u acompañante quien reconozca los efectos o síntomas de esta enfermedad, y sea quien busque ayuda.

¿Cómo se diagnostica un Ictus?

Las pruebas diagnósticas de un ictus se encargan de determinar si se trata de un infarto o de una hemorragia, ya que esto decidirá el tratamiento a seguir. Entre las pruebas diagnósticas más comunes, tenemos:

  • Tomografía computarizada.
  • Resonancia magnética.
  • Ecografía-doppler.
  • Ecocardiografía.
  • Análisis sanguíneos para determinar niveles de azúcar, colesterol, plaquetas, etc.

Lo primero que hay que tener presente en cualquier diagnóstico de un ictus, es que hay que actuar tan pronto como sea posible. Esto se debe a que la rapidez incrementa considerablemente las posibilidades de recuperación del paciente.

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De la misma forma, un tratamiento administrado a tiempo puede evitar daños graves en el tejido cerebral afectado. Actuar en las primeras horas de un ictus disminuye sus secuelas y su mortalidad. Una persona que sufre de un ictus debe ser trasladado de inmediato a un hospital, puesto que cualquier tratamiento debe ser administrado en las primeras 4 horas. Hacerlo después de este lapso disminuye su eficacia, así como las probabilidades de recuperación del paciente.

Tratamientos

Todos los tratamientos terapéuticos tienen un propósito doble: salvar la vida de la persona que lo ha sufrido y preservar la mayor parte de sus funciones cerebrales. De la misma forma, los tratamientos tienen una relación con el tipo de ictus que ha sufrido el paciente.

Por ejemplo, procedimientos tales como una trombólisis endovenosa o una trombectomía mecánica, suelen utilizarse en presencia de un ictus isquémico. Sin embargo, cuando se trata de un ictus hemorrágico, la intervención quirúrgica es la alternativa más eficiente.

Lo más importante que hay que tener en cuenta con respecto a un ictus, es que se pueden prevenir.

Y es que cualquier paciente puede minimizar los riesgos de padecer un ataque con solo cambiar algunos de nuestros hábitos de vida: realizar actividades físicas regularmente y tener una dieta baja en grasas son los mejores aliados.

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